Estoy llorando, de rabia, de asco.
Hace años sufrí una agresión sexual, no
recuerdo ni cuántos años hace de eso, porque preferí olvidarlo, borrarlo,
dejarlo en algún rincón de la memoria, la mente es prodigiosa. Pero hoy, de
nuevo, me ha invadido toda la rabia, el miedo, el asco y la angustia que sentí
en aquel momento, la noticia de la condena a “La Manada” me ha golpeado en la
boca del estomago dejándome encogida, sin poder respirar, con la mandíbula
apretada y los ojos llenos de lágrimas. Tengo ganas de vomitar, la sensación de
que esto es la gota que colma el vaso, la sensación de que por muchos motivos
estoy huérfana, desamparada, de que apenas me quedan instituciones en las que
confiar.
Mi proceso judicial también fue para mi un
calvario (nada comparable a lo que ha tenido que sufrir ella), contar lo
ocurrido una y otra vez a personas que rellenan formularios sin que te miren ni
una sola vez, saber que lamentablemente, desgraciadamente, eres una más, otra
más, contar la historia a tus seres queridos mientras te sientes avergonzada,
contar la historia con culpa, aunque sepas que esa culpa no te pertenece,
contar la historia sintiéndote afortunada porque “bueno no fue para tanto, no
terminó en violación”, “solo han sido unos tocamientos y unos cuantos golpes” o
“alégrate, estas viva”.
A pesar de todo, creí que lo que me había
pasado no era la norma, que quizás, sencillamente había tenido mala suerte,
seguí confiando, seguí caminando sola por las calles, seguí saliendo,
conociendo gente, sonriendo a personas desconocidas, seguí disfrutando, viviendo,
porque sentía que no estaba institucionalmente huérfana. Ahora siento que lo
estoy, y lo que es peor, que lo estamos todos, incluido vosotros queridos
amigos. Lo fácil, es decir, no salgas sola, desconfía de todos, yo te acompaño…
muchas gracias, de verdad, pero no es suficiente.
Sí, esto es para ti, que creerás que hago
demagogia, que esto no va contigo, que al ser víctima no soy objetiva. Sí, esto
va para ti, porque es la primera vez que escribo sobre esto y lo hago mirándote
a los ojos diciéndote de corazón que esto no es justo, no, no lo es. No voy a
caer en la tentación de compararlo con otro tipo de sentencias, ni con otro
tipo de delitos, no hace falta, porque el hecho, por sí solo, dice mucho de la
justicia en este país y de su machismo. Quizás tampoco entiendas por qué
escribo esto aquí, hoy puedo decir que no me importa, no busco tu comprensión,
me he autocensurado muchas veces y ya no puedo más. Esto debería afectarnos a
todos, es un síntoma, de los peores.
Los anteriores párrafos los escribí nada más
conocer la sentencia, ahora después de leer esto unas cien veces a lo largo del
día, no cambio ni una coma, es subjetivo, lo sé, es lo que siento, aún tiemblo
al pensar que lo estoy haciendo público. Aún a día de hoy cuando me preguntan,
o cuando siento que alguien quiere escucharme, me sorprendo a mi misma diciendo
frases como “iba vestida normal” o “no era muy tarde”, me sorprendo al recordar
que en un primer momento ni siquiera quise denunciar. Yo pude gritar, tuve
suerte, mucha suerte, llevaba la llave del coche en la mano y logré hacerle
daño en el cuello, en ese momento me quitó la mano de la boca, sentí que me
ahogaba, pero por fin pude respirar y gritar “fuego” sí, yo grité fuego, parece
estúpido, lo aprendí en una absurda película americana, no recuerdo el título,
ante ese grito puede que sea más fácil que la gente se “asome” a ver que pasa,
como digo la mente es maravillosa, no sé que resorte saltó, quizás
supervivencia pura y dura.
“Cuidarnos es la nueva revolución (…) pero
estos cuidados de los que tanto hablamos quizá empiezan a parecerse demasiado a
los cuidados paliativos” (Garcés, 2017).
Garcés, M. (2017). Nueva ilustración radical. Anagrama: Barcelona.
Gracias a todos los que me cuidaron (y no de
forma paliativa) en ese momento, gracias a los que siguen cuidándome a día de
hoy. Sobre todo, gracias a ti, Eva.